'Bad Apples': la oscura sátira con una desquiciada Saoirse Ronan no encuentra fecha aún en España
- Álvaro Juan Marqués
- 11 oct
- 3 Min. de lectura
Actualizado: hace 3 días
El filme de Jonatan Etzler, aplaudido en Toronto y San Sebastián, revela cómo el humor negro británico conecta de forma distinta con cada tradición cinematográfica

Todos recordamos a ese niño que en la infancia nos provocaba resoplidos, burlas nerviosas o incluso miedo. El “problemático”, como decían nuestros padres, al que nos pedían no acercarnos. En Bad Apples, ese niño tiene nombre: Danny (el debutante Eddie Waller), un chaval de diez años violento, asalvajado, que insulta a compañeros y maestros en un colegio gris de una región británica dedicada a la sidra.
La joven profesora María (Saoirse Ronan) aún preserva esperanza en la enseñanza, pero la presencia de Danny en su aula, perturba el orden que con dificultad puede restablecer. Tampoco le ayudan las quejas de una directora escolar condescendiente (Rakie Ayola) que espera de ella operar como profesora y psicóloga al mismo tiempo, y que Danny esté educado por un padre ausente (Robert Emms) debido a su situación precaria.
Y cuando parecía que este caldo de cultivo derivaría en un dramón social británico al estilo de Ken Loach, en una de sus rabietas Danny rompe el brazo de la niña favorita de la profesora, provocando que su hueso sobresalga en una escena grotesca. María, desbordada, toma una serie de malas decisiones que la llevan a encerrar a esta “manzana podrida” en su casa.
Ese viraje desconcierta y define el tono del filme hacia una negrísima comedia absolutamente desquiciada. Aquí no se trata de señalar fallos estructurales, sino de reírse con ellos. La apuesta funciona gracias a Ronan, magnética en su oscilación entre vulnerabilidad y locura, y a Waller, un hallazgo capaz de generar repulsión y ternura a la vez.
La puesta en escena de Jonatan Etzler es sencilla, confía en las interpretaciones y en los giros ideados por la debutante Jess O’Kane. Ahí radica tanto su atractivo como su fragilidad, ya que cuanto más absurdas e hilarantes se vuelven las situaciones, más se desdibuja el trasfondo social inicial, y la metáfora de las “manzanas podridas” llega a ser evidente y machacona. No obstante, sí que creo que la apuesta por un humor incómodo y sin lógica aparente, a través de lo grotesco, revela lo que preferimos no mirar de frente. Aunque roza la superficialidad, poco importa cuando consigue que uno se indigne, aunque sea mínimamente, con la hipocresía de algunos personajes y por extensión del sistema, a través del humor.
Así, el segundo largometraje de Jonatan Etzler se estrenó en el Festival de Toronto dentro de la sección Presentaciones especiales, y allí dejó buenas impresiones. Tanto, que Republic Pictures, el sello de Paramount enfocado en cine independiente, decidió apostar por ella para la distribución internacional. Después aterrizó en el Festival de San Sebastián, pero en una sección secundaria, New Directors, lo cual me sorprende si tenemos en cuenta la calidad de la cinta y la presencia de Saoirse Ronan en el reparto. Allí, sin embargo, ocurrió algo curioso: mientras la crítica española apenas ha escrito sobre ella, en la sala la gente se reía a carcajadas como cuando Saoirse teclea en el buscador “cómo convivir con un gorila de 800 libras”. Una reacción que demuestra que, aunque los medios generalistas españoles la ignoraran, en San Sebastián el público conectó con ese humor retorcido.

No obstante, la crítica anglosajona se ha mostrado entusiasta con la película, cuestión que me deja preguntándome: ¿por qué los medios españoles no se han hecho eco de esta cinta? En España, a día de hoy, la película sigue sin fecha de estreno, y no sé si llegará. Y no porque el público no pueda digerirla, sino porque tal vez los distribuidores piensen que aquí no pueda funcionar un sátira tan oscura donde se ejerce violencia hacia la infancia. Nuestra tradición va más por lo caricaturesco, por lo esperpéntico, por un humor negro que nunca llega a ser tan incómodo. Alex de la Iglesia podría ser una excepción; aunque, a riesgo de ser defenestrado por sus más fervientes defensores, pienso que las críticas sociales ácidas que sin duda atraviesan sus películas quedan opacadas por una violencia extrema cuya función dentro del género no termino de descodificar.
Pero volviendo a la pregunta planteada, entonces, no es si el público español entiende o no una propuesta como esta, sino si tenemos la voluntad cultural de asumirla. Los británicos son más directos y no suelen tener tapujos en hablar de la putrefacción de su país. En el cine español la cuestión es cultural: ¿estamos dispuestos a mirar de frente nuestras propias “manzanas podridas” y reírnos con ellas, aunque nos incomoden?















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