'Una batalla tras otra’ en tiempos convulsos
- Celia Sánchez Vargas
- 10 oct
- 4 Min. de lectura
Actualizado: hace 2 días
Paul Thomas Anderson disecciona las contradicciones de la revolución: ¿Un acto de fe o de vanidad?

Un contundente “obra maestra” o un tímido “no es para tanto”. Todas las opiniones sobre la última película de Paul Thomas Anderson parecen oscilar entre estas dos opciones. Para mí, Una batalla tras otra (One Battle After Another) es una combinación bastante buena entre acción, momentos divertidos y un toque de crítica social que conecta con la actualidad.
Está basada en la novela de Thomas Pynchon Vineland y es la primera colaboración entre PTA y Leonardo DiCaprio, que rechazó Boogie Nights en su momento al ya haberse comprometido a rodar Titanic. En su primer trabajo juntos, DiCaprio da vida a un exrevolucionario que se ve arrastrado a todo ese intrincado mundo que un día dejó atrás y al que tampoco le ponen fácil volver a entrar.
Una batalla tras otra retrata a los revolucionarios con contradicciones e imperfectos. Son partidarios de una corriente violenta de la revolución, algo que para algunos espectadores será reprochable, mientras que otros lo verán como algo necesario para lograr el cambio o incluso una respuesta lógica ante los abusos del sistema. Sea como sea, plantea un dilema ante dos formas de entender la revolución.
También el personaje de DiCaprio es, como poco, imperfecto: en su día entregado por entero a la revolución y, años después, entregado a las drogas. Ha pasado de una forma de vida activa a una suerte de vida contemplativa. ¿Y no es un poco irónico que sea precisamente DiCaprio quien encarne a este personaje? Activista por el medioambiente en el papel, impulsor de un hotel de lujo en Israel en la práctica.
Ante la forma pasiva de afrontar la vida del personaje, uno se pregunta si acaso aquella causa que defendía a muerte realmente le importaba o si no era más que un acto performático. Tan impostado y artificial como lo son las interacciones por teléfono de Pat/Bob con el grupo revolucionario pues, aún sabiendo perfectamente que están hablando con él, no están dispuestos a renunciar a sus rituales de identificación, hasta el punto en que las situaciones se vuelven absurdas. La performance persiste aunque eso signifique no solo ineficiencia, sino incluso poner en riesgo la vida de su hija, a quien da vida Chase Infiniti.

Frente al 'French 75' está el 'Christmas Adventure Club', ahora sí, completamente ridículos. Me ha gustado que la película no tenga miedo ni de cuestionar a unos ni de reírse de los otros. Por otro lado, tenemos al personaje de Benicio del Toro, que asume el mando en un momento clave con calma y total eficiencia, de nuevo contrastando con los absurdos procesos ritualísticos del 'French 75', con el que Pat/Bob se está tirando de los pelos para contactar.
Y esto me lleva a hablar del momento de la redada en la película, que me ha parecido una forma muy acertada de ilustrar la típica escena de persecución haciendo un comentario directo hacia la actualidad en Estados Unidos. Los militares no tienen ningún tipo de reparo en justificar la redada inventándose que ha habido algún escándalo relacionado con el narcotráfico en cualquier “restaurante de tacos”. Y aquí la realidad supera a la ficción, pues estamos siendo testigos de redadas sin ningún tipo de motivación ni de, dicho sea de paso, humanidad, en plena calle o incluso irrumpiendo en las casas de la gente para separar a las familias a la fuerza.

El amor juega un papel clave en las vidas de estos personajes, pues les “pone a prueba” en el sentido en que les obliga a plantearse qué es lo que realmente importa para ellos. No en la teoría, sino en la práctica; a qué quieren entregar sus vidas.
En el caso de Pat/Bob, el amor por su hija le hace alejarse de la forma de vida que llevaba hasta entonces, pero el caso de Perfidia, encarnada por Teyana Taylor, no es tan simple. Aunque uno podría pensar que abandona a su familia para entregarse a la revolución, sus acciones posteriores dejan claro que esta no es su prioridad. Así, yo diría que hacia quien más amor siente es hacia ella misma: un amor mezclado con orgullo y frustración.

Y luego está Lockjaw, el personaje de Sean Penn, a quien el amor condiciona más de lo que le gustaría y hace que todas sus barreras se desmoronen, haciéndole tirar por tierra sus valores y convicciones. Ridículo en su firmeza y obsesionado con mantener intacta su masculinidad, está constantemente preocupado por la imagen que proyecta de sí mismo, pese a que su inseguridad se ve de lejos.
No quería dejar de mencionar la banda sonora de Jonny Greenwood de Radiohead, que ya ha compuesto la música para otras películas de PTA como Pozos de ambición, El hilo invisible y The Master, además de otras como El poder del perro de Jane Campion. No solo la banda sonora original, sino todas las canciones que se escuchan a lo largo de la película, crean esa sensación de estar en un limbo temporal entre los años 70 y la actualidad.
Me parece emocionante que de vez en cuando lleguen a los cines películas como esta, que no solo te dejan pegado al asiento y con los ojos fijos en la pantalla durante horas, sino que tu mente sigue ahí, en esa sala de cine, días después. Y espero que esta película marque el retorno de los fundidos al cine.















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